jubilado sabático

(abril 2005 - noviembre 2005)

sábado, abril 16, 2005

La Florida de Europa

Escribo esto ante la pregunta, casi siempre sorprendida, que he escuchado decenas de veces cuando digo que estoy en Barcelona como becario: “¿Por qué hay tanto chileno en Barcelona?”. Otras formas en que esta misma sorpresa o soterrada sospecha se expresa es “Está todo Chile allá...” o el más desafiante “¿Y qué pasa? ¿Hay algún convenio o algo?”, que trasunta alguna preocupación sobre las intenciones del Estado chileno al permitir o alentar una cierta invasión.

Pero aun puede darse un giro más a la pregunta. Tal parece que los chilenos encajamos con Barcelona, porque se trata de un movimiento constante y creciente, todavía no estabilizado del todo, pero además homogéneo y tipificable. La pregunta, entonces, puede ser “¿Y qué tiene Barcelona que ustedes los chilenos se vienen en masa?”.

Lo cierto es que, aunque tengo datos sobre migraciones, esta reflexión no es demográfica y por lo tanto me permitiré interpretar algunos signos más que procesar estadísticas. Creo que un movimiento migratorio es, de todas formas, una alegoría profunda de lo que ocurre con un colectivo humano, sobre lo vivido en el lugar de origen y no menos sobre sus expectativas y mitos acerca del futuro y las idealizaciones que inspiran los derroteros compartidos.

Delinearé algunos elementos que a mi parecer no pueden excluirse de la respuesta antes de redactar un argumento o tesis:

1. Chile tiene hoy más recursos y se puede dar algunos lujos.

Sin importar el color político de quien conteste, es evidente que chile del 2000 es un país que tiene una trayectoria de crecimiento. Es evidente que hay más plata y uno de los segmentos que no puede negar esto somos los profesionales universitarios que hemos encontrado nichos laborales en actividades que recompensan bien tareas bastante novedosas en el contexto de una economía atrasada o subdesarrollada. Ningún asesor, profesional del área social, artista, humanista podría haber pensado que iba a tener esta misma oportunidad hace 40 años. Caso distinto el de los profesionales de las áreas más tradicionales, quienes han contado, al menos en su imaginario, con la posibilidad de estudiar en el extranjero. Pero la magnitud de la afluencia de estudiantes de posgrado es ciertamente un signo de que el país de origen dispone hoy de más fondos y más capacidad de darse lujos.

2. Los adultos jóvenes de más o menos 30 años están en el momento ideal para tener una segunda moratoria.

Es raro que alguien que esté haciendo un posgrado en Barcelona tenga más de 40 años. Diría más: es raro que tenga más de 35. Ubicaría la edad típica (y esto está bien relacionado con el requisito que instalan muchas entidades que otorgan becas) de haber salido de la universidad, de los estudios de pregrado, hace máximo 5 años. Si pensamos en un estándar de estudios de pregrado entre los 19 y los 23 años, el típico becario podría tener 28 años. Por cierto, casos de estos hay muchos. Lo observado es que los cónyuges de los becarios, las trayectorias sinuosas de los estudios iniciales, dejan la vara en los 30 años como media simbólica. Uso este término para decir que esta edad puede verse como período “ideal” para detener una carrera ascendente (una diferencia muy grande entre lo que gana un profesional y los fondos de una beca pueden desincentivar a algunos), reorientar una carrera divergente (típicamente en casos de vocaciones nunca bien situadas en la profesión de pregrado), especializarse en una carrera muy generalista y de mercado laboral muy saturado (caso mayoritario, creo yo) o simplemente, porque la experiencia de haber sido estudiante está aun fresca y aparece la opción de vivir una segunda moratoria psicosocial lejos de compromisos, corbatas, disciplinas laborales y otros determinantes. Uso el término moratoria en el sentido exacto de pedir un período extra, “de gracia”, para empezar a pagar una deuda. Es al menos un año de parar y volver a vivir como universitario, pero ahora con algunas vivencias no disponibles a los 18 años. Una mayor autonomía económica y una mayor solidez en los intereses suelen dotar de mayor intensidad a las ganas de “perder el tiempo”: aunque a primera vista parece paradojal, creo que se entenderá mejor al decir que un becario ha vivido la experiencia de temer que sus ratos de ocio le impidan concretar sus planes serios. El perfil de estudiante de posgrado es, al menos, un tipo de persona de rendimiento aceptable. Liberado de la incertidumbre sobre su futuro (viviendo ya su futuro) esta segunda oportunidad parece especialmente atractiva para disfrutar el estatus de estudiante.

3. El lugar que se escoge como destino puede encarnar o resumir algunos atributos que se desean para el propio país, y en otra escala, para la propia vida.

Una primera dicotomía se establece entre EEUU y Europa. Mientras EEUU parece representar la excelencia profesional dentro de una cierta idea o versión de ello, y también una cierta utopía de país desarrollado, Europa parece un lugar más cultural que de negocios. Tenemos aquí una cierta versión del desarrollo más afincada en la belleza de la arquitectura, en los museos, en el estilo, la historia, en fin, atributos más cualitativos aunque por supuesto, menos precisos. Digamos, a modo de resumen, que de Europa la gente suele traerse fotos más bonitas, vivir en casas más bonitas, estar más en el centro del mundo. De EEUU hay más registro como pequeños claustros idílicos para el estudio, pero menos metropolitanos, más periféricos. Es posible, aunque no obligatorio, que los estudiantes que vuelvan a Chile procedentes de Europa valoren más las escalas pequeñas del barrio, los viajes, la literatura y otras manifestaciones culturales, la adquisición de un idioma distinto al inglés. Quizás, y esto es realmente más arriesgado de decir, estos atributos quieran ser replicados en Chile. O a lo mejor sólo refuerce las ganas de vivir en el Parque Forestal.

4. Los lugares no escogidos dicen también mucho sobre los riesgos que se quiere evitar.

Me quedo, en esta reflexión, dentro de los límites de Europa. ¿Por qué no estudiar en Alemania? ¿Por qué no estudiar en Bélgica u Holanda? ¿Por qué evitar Francia? Hay varios casos de personas que se dirigen allí por algún tipo de ventaja idiomática y cultural, por vínculos familiares o bien por la disposición de apoyos institucionales privilegiados. Pero lo corriente, y esto responde a la pregunta inicial, es evitar el shock adaptativo de pasar de ser un ciudadano con privilegios a ser un inmigrante que no sabe ni siquiera hablar correctamente el idioma. Allí donde precisamente otros ponen las mayores cargas de aprendizaje y evalúan como experiencia más valiosa, el común de los becarios (y en esto se nota que ha dejado de ser un estado de elite y se ha expandido) preferirá conservar el máximo posible de sus competencias: idiomáticas, estudiantiles, culturales. Esta es la razón principal de escoger España. Aunque luego se conozca la diferencia entre Cataluña y el Estado español, lo cierto es que la gente que llega a Barcelona la ha identificado como una ciudad española antes que catalana. Se quiere aprender, pero no al costo de transformarse. Curioso: es posible que se rechace lo que otros valoran como logros más valiosos de vivir fuera del país.

5. Barcelona es un lugar indulgente.

Puesta al lado de Madrid, Barcelona no parece envidiar nada de lo europeo, en el sentido de primer mundista, que estas ciudades tendrían (personalmente, no conozco más que Cataluña y algo de Castilla-León). A continuación, parece más atractiva que Andalucía en el sentido de tener una oferta de actividades y de infraestructura que esta región, reconocida por su belleza, no tendría. Las opciones universitarias de Barcelona son de interés dentro del contexto español, a diferencia de Andalucía. Pero seguramente aquí opera una cierta ignorancia. Si es efectivo que mucha gente privilegiaría la calidad de vida por sobre la experiencia académica, entonces el sur de España puede ser mucho más atractivo que Barcelona. Pero Barcelona parece erguirse como un lugar de consenso en que nada es tanto: no es tan exigente, no es tan grande, no es tan chica, no es tan provinciana, no es tan española, no es tan flamenquita... en fin, la población de la ciudad cuenta a mucha gente mayor y otro contingente de post-adolescentes dedicados a los afanes de la moratoria psicosocial. En este contexto, es fácil cumplir las expectativas que pesan sobre un becario.

6. La colectivización del estado de “estudiante de posgrado en Barcelona” viene a implicar, menos o más, una cierta omertà.

La caída de estos mitos (la europeidad de España, la estimulación provista por la ciudad, la calidad de los estudios, la calidad de vida) o mejor dicho, el contraste de los mitos y la realidad, deja algunas cosas en el balance. Es cierto que el ocio es un valor añadido de Barcelona. Es cierto que hay espacios de aprendizaje que en el país no existen. Pero también es cierto que el nivel de exigencia, el grado de compromiso de profesores y alumnos con una actividad académica de excelencia no es mayor al que hay en Chile. En varios casos es declaradamente menor, y ocasionalmente hay personas que han tenido experiencias desilusionantes. Los programas mediocres existen y en general si uno se guía por el nivel promedio de esfuerzo y rendimiento, lo cierto es que por momentos queda la sensación de no estar para nada en un lugar de excelencia en términos universitarios. Puntualizaría de todas maneras que existen los estudiantes excelentes, que existen los programas de estudios de buena calidad, y en general que hay profesores buenos y muy buenos, y que por tanto es posible asumir compromisos con cotas de rendimiento más altas. Pero, la omertá a la que hago referencia se podría expresar como el desacuerdo profundo de un becario en Barcelona, tomado al azar, con los juicios que expreso aquí. A mi parecer se instala una lealtad o al menos un acuerdo colectivo de no revelar estas pequeñas miserias por el efecto que tienen al reflejarse sobre la imagen de los becarios una vez en Chile. Pero el efecto de las visitas, tanto desde Chile como desde otros lugares de Europa, así como los vínculos de franqueza que se conservan, hacen que este juicio no pueda retenerse dentro del colectivo.

7. Si puede hacerse una comparación entre Santiago y Europa con sus diferentes territorios y estilos de vida, mi parecer es que Barcelona es a Europa como La Florida es a Santiago.

Es lo más parecido a París que podemos pagar, así como un migrante urbano en Santiago podría mudarse a La Florida ante la imposibilidad de mudarse a Las Condes. La comparación adquiere sentido también desde el lado de la demanda: seguramente nos sentiremos, me incluyo, más a gusto en España que en Francia o Alemania. Es decir, queremos parecer dignos vecinos del barrio y recibir la venia de los vecinos, lo que ciertamente no ocurrirá en “barrios altos” de Europa. Un vecino de San Miguel que por obra de su acceso a mayores recursos puede subir de pelo, seguramente se sentirá más mal mirado en Vitacura o Providencia (aunque creo que Vitacura es EEUU como Providencia es Europa) que en La Florida. Se puede decir que La Florida queda en el sector oriente de la capital, pero se vuelve a distinguir entre suroriente (los nuevos) y el nororiente. Así como en Europa a España se la pone al sur de los Pirineos, lejos del Rhin, cerca del Mediterráneo, como un lugar de recreo y descanso, de estética pero no de cultura. Ahora, es cierto que entre europeos el cinismo es un deporte practicado por siglos, y la necesidad de integración económica, urgente. Puedes vivir en España sin recibir los desprecios que tiene que cargar un vecino de La Florida cuando osa entrar al Parque Arauco. Y siguiendo esa metáfora, se puede entender que la ubicación de Barcelona es estratégica para pasear por Europa. Yo lo puedo decir. Si estuviera en Portugal o Sevilla, seguramente me quedaría más lejos llegar a los buenos barrios del continente.

Es notorio cómo Barcelona ofrece hermosos fondos para hacer la vida. Lindos barrios, edificios modernistas y también de arquitectura contemporánea. Pero lo cierto es que tiene un sesgo de diseño que la transforma más bien en un decorado que en una idea: el catalán se habla sobre la estructura del castellano, no desarrolla pensamientos propios. Las clases bilingües así lo demuestran. Necesitaré desarrollar este juicio en otro papel.