jubilado sabático

(abril 2005 - noviembre 2005)

viernes, junio 24, 2005

Compulsión a la repetición

Es increible cómo los individuos estamos sujetos a repetir mil veces, hasta el absurdo y la desesperación incluso, errores y tics. Verdaderamente es sorprendente. Para muestra, una historia.

Me junto con mis dos socios, y es materia de chiste que la mamá de uno de ellos fue a reclamar la garantía de un hervidor de agua. Claro, super justificado: te compras un cachivache de esos y a los dos meses ya no calienta a nadie. Como Lavín. Sigo: la señora cuenta que llegó y planteó su problema, y los sujetos de la tienda la miran bien mirada (a ella, que se sintió como la típica vieja reclamona y se entró a desesperar) y le dicen que la garantía era por un mes. No dos. Resumiendo, terminó tirándole el hervidor en cuestión por la cabeza al vendedor, que a esa altura quedó de víctima del ataque de la señora loca.

Nos reimos un poco por no llorar (nadie va a llorar por una cosa así), y sobre todo porque este hombre es muy hijo de su madre, hicimos el ejercicio de decirle que lo veíamos a él en la escena y funcionaba igual. Risas y supongo que de por medio estaba la idea de señalarle lo absurdo que es tirar un hervidor por la cabeza, aunque tengas toda la razón sobre la garantía. Cuento corto: cuando nos traen la cuenta nos damos cuenta que nos han cobrado mal. Pedimos que la arreglen. Una segunda vez insistimos (los tres, a coro y a mi parecer con buenas maneras y mucha claridad: no pagamos lo que no pedimos). Una tercera vez viene una segunda persona del lugar y parece dispuesta a pelear. Un extraño enganche entre el hijo de la señora enojona y la persona que viene a cobrarnos lo que no pedimos. Viene una cuarta vez a la mesa para, finalmente, arreglarnos la cuenta. Hasta ahí, cosas más o menos, creo que hemos hecho lo que debemos hacer.

Al pagar dejamos, sin embargo, unas monedas. Si bien la cosa no estaba para dar generosas propinas, tampoco parecía bueno estirar tanto la cuerda y marcharse dando portazos. Creo que nosotros lo entendimos así e incluso nos despedimos de la persona que, según nosotros, había generado el problema. Estábamos afuera, en la calle y aparece una tercera persona del boliche con la bandejita de la cuenta. Pienso qué pasó ahora. Me dice se les quedó esto y me muestra las monedas. Le digo que no, que las dejamos de propina. Me dice no. Yo le retruco, algo impactado, que no se nos quedó nada, pero otra cosa es si no las quieren. Me dice no las queremos. Es una cosa colectiva, veo. Me pasa las monedas, miro alrededor, hay gente observando y en sus caras se nota que están tensos, como a punto de entrar si hay mocha. Según lo que siento, no hay lugar para peleas. Sólo pienso en decirle a esta persona, que ya camina de vuelta al boliche, que fue feo e innecesario lo que hizo. No se da vuelta cuando le hablo.

Y, repitiendo compulsivamente a su madre, mi amigo se mete la mano al bolsillo y saca moneditas, cosas chicas. Se las tira por la cabeza, como si fueran un hervidor eléctrico. Siento que perdimos, y caminamos para alejarnos de ahí. Naturalmente, me doy cuenta mucho después que ha repetido el error de su mamá, que no es nada para reirse.

1 Comments:

  • At 1:48 p. m., Anonymous Anónimo said…

    relata bien compadre... la dura...

    Igual penca involucrarse en esas situaciones... pero claro, es que forman parte de las contradicciones "vitales..."
    Mientras tanto sólo procuremos ironizar...
    Abrazos.

     

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