jubilado sabático

(abril 2005 - noviembre 2005)

miércoles, octubre 19, 2005

Memorias de un bibliotecario (1)

Deja su mochila, va a la ventana y la deja 7 cms entrejunta, luego limpia el mesón con un pañuelito dualet. Lo limpia, repasa los bordes. No se ve especialmente sucio, pero él lo limpia. No encuentra basurero. Va en busca de uno. Tira el papel y vuelve a la mesa, hurga en la mochila roja de buen escolar y saca crema de manos. El olorcillo llega hasta mi nariz, y él se refriega las manos, prolijo, insistente.

Se asegura de tener bien cerrado el chaleco, lo abre y cierra un par de veces, como abanicando, y finalmente sube el cierre. La camisita escocesa, el chalequito azul un poco sintético, pero abrigado, lleno de pelusas, apelmazado bajo los brazos, el pantalón de cotelé casi casi blanco –es posible que haya sido beige antes de las múltiples pasadas por la lavadora-, todo es impecable. De una sobriedad provinciana, de una marcada solemnidad. El pelo, bien corto, bien peinado, sin patilla, sin barba. Se lo repasa con las palmas de las manos, sin pasarse los dedos.

Saca su estuche, también escocés. Se ve que tiene muchas cosas el estuche. Saca un libro grande con muchas marcas 3M en los capítulos, un pequeño pero grueso cuaderno que invita a una letra pequeña y caligráfica, aunque no creo que me gustara su letra. Me da curiosidad qué cosas tendrá anotadas, como será su criterio para tomar los apuntes. Qué será lo que estudia. Se pone en actitud reflexiva, cara al horizonte montañoso, creo que está rezando. Ciertamente hace una pausa, no es que lo crea yo. Saca una tarjeta –pienso que puede ser una oración- y la lee. Usa las manos como los cirujanos, pulcro, higiénico. Mira hacia atrás, tiene cara de preferir estar solo. Lo entiendo si es que es así.

Se para y se dirige a otro lugar, deja la silla separada del mesón. Entre tanto llegan al lugar dos personas más, con otros colores, más desabrigados, más despeinados. Regresa. Cierra sus cosas, levanta en una mano el libro, el cuaderno, el estuche, en la otra la mochila roja, abierta. La crema de manos -¿o será colonia?- se la guarda fugaz en el bolsillo izquierdo del chaleco azul. Con los pies acerca las sillas hasta dejarlas, simétricas, tocando el mesón. Se va. Mira a los lados. Pasos cortos, leves.

2 Comments:

  • At 8:10 p. m., Blogger hc said…

    y como es la cosa, mi jubilado: de comentarista RojoVip a verdadero jubilado observador. Bravo.
    PS1: notaste el pequeño, casi imperceptible, bulto en el bolsillo trasero izquierdo de su pantalón?
    PS2: qué hora sería aquella? el rezo del ángelus tiene su hora, si se pasa, se pierde la gracia.

     
  • At 7:35 a. m., Anonymous Anónimo said…

    "el que tenga oidos para oir, que oiga"

    oiga oiga, HC

     

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